Por Sebastián Rivera Mir |
Al norte del Estado de México, en Tecámac, la agrupación La Tinta se dedica a promover la lectura, desde hace algunos años publica una revista, ha editado algunos libros, organiza una feria del libro y la cultura, desarrolla labores en conjunto con las bibliotecas de la zona, entre otras actividades. En Tejupilco, al sur del Estado, un par de librerías no sólo ofrecen a vender los textos necesarios para los estudiantes de la zona, sino que destinan parte de su tiempo a promover la lectura. En el mercado del Carmen de Ciudad Nezahualcóyotl, la librería Navegui busca, con sus propias palabras: “reescribir décadas de abandono”, convirtiendo al libro en un producto de primera necesidad. Estas son sólo algunas de las experiencias que se despliegan en el Estado de México, desde abajo, con la finalidad de enfrentar los actuales problemas relacionados con la lectura.
Ahora bien, si nos detenemos en las cifras generales sobre este aspecto en el país encontramos un panorama contrapuesto. En promedio en México, según los estudios más recientes del INEGI, apenas se leen 3,5 libros al año. En el 94 por ciento de los municipios no encontramos ninguna librería. Y desde el mercado editorial, anualmente se publican sólo 2 títulos por cada 10 mil habitantes, una de las peores cifras entre los países relevantes del libro en español.
De esa manera, cuando observamos el ecosistema de la lectura, o sea, a los actores, instituciones y regulaciones en esta materia, vemos evaluaciones completamente diferentes. Por un lado, encontramos una versión optimista, llena de iniciativas y de esfuerzos colectivos por promover la lectura. Y, por otra parte, las pesadas cifras caen sobre nosotros estableciendo un panorama gris y poco alentador. Tal vez por ello, conviene asumir una perspectiva que nos permita comprender tanto las problemáticas, como aquellos elementos que nos abren caminos y alternativas en este escenario.
Apreciar cómo, quién y dónde se lee, implica volver la mirada sobre el principal de los actores de este proceso. Me refiero, simplemente, al lector. Sujeto principal, en medio de un entramado de editoriales, librerías, mediadores de lectura, bibliotecas, suele convertirse en un agente difuso. Sabemos por dónde se mueve, qué dificultades enfrenta, pero cuesta definirlo de una manera certera. Así, lo encontramos en la parada del autobús, esperando mientras lee en su celular las últimas noticias. Aparece en la peluquería, con la paciencia que demanda el nuevo tratamiento capilar, ojeando una revista de moda. O en la fila de las tortillas, leyendo un periódico. Y por supuesto, también en bibliotecas, centros culturales, parques y universidades. Pero esta diversidad presenta uno de los principales enigmas a resolver: ¿quiénes son los lectores en el Estado de México?
En un trabajo sobre las ferias del libro, realizado por el “Proyecto Conahcyt Pronaces El ecosistema del libro en el Estado de México”, se preguntó a los visitantes cuánto tiempo demoraban en llegar a los recintos donde estas se desarrollan. Muchos de ellos respondieron que su trayecto implicaba más de una hora, e incluso una pequeña parte tardaba hasta 2 horas. En una pregunta similar, en la Feria del Libro Infantil de Texcoco, la diversidad de municipios desde donde provenían los visitantes envolvía una buena parte del oriente del Estado. Con ello, observamos no sólo el interés que estos eventos despiertan (durante el 2023 se realizaron más de 30 ferias en la entidad), sino los sacrificios que muchos de los posibles lectores deben realizar por cumplir con la meta de obtener los ejemplares buscados.
Desde la perspectiva de los promotores o mediadores de lectura, para muchos su labor no se reduce a difundir una práctica cultural específica, leer, sino que recurren al libro como un mecanismo que permite mejorar las condiciones concretas de la población. La lectura se convierte en una forma de enfrentar los problemas sociales que atraviesan las comunidades, una respuesta creativa frente a los desafíos generados por la pobreza, la exclusión, la falta de oportunidades. Con ello, el lector se convierte en un actor social y político, en un desafío a la realidad que lo rodea.
Las salas de lectura que superan las 120 a lo largo y ancho del Estado de México, así como los clubes de lectura, impulsados por el Fondo de Cultura Económica, han logrado en los últimos años comenzar a construir una red de trabajo en torno a la promoción. En estos casos, se leen en voz alta, se lee para comentar, se lee para compartir con los vecinos o con los compañeros de trabajo. Este nuevo lector es colectivo, una práctica que suele desaparecer en la medida que nos alejamos de la escuela. Pero leer de esta manera nuevamente implica otros desafíos, otras formas de comprender los textos.
Todavía en el Estado de México no existe una ley específica sobre la materia, pese a que se han realizado algunas propuestas. Sin embargo, si estas discusiones proliferan una variable central sería volver sobre esta diversidad de lectores, sobre aquellos sujetos que deben cotidianamente esforzarse por leer, conocer, finalmente, quién lee en el Estado de México.